Cuando el juego inspira a los líderes

Mucho se ha dicho sobre el liderazgo. Lo abordamos desde lo estratégico, desde lo emocional, desde la cultura organizacional, desde las habilidades técnicas y blandas. Sin embargo, hay un lugar donde el liderazgo se vive con una crudeza y una intensidad inigualables: el deporte.

Cualquiera que haya sido parte de un equipo, ya sea en un club, en el colegio o entre amigos, sabe que el deporte nos desnuda. Nos pone frente a nuestras virtudes y nuestras miserias, y nos obliga a mostrarnos tal cual somos. El que juega solo para lucirse se nota enseguida. El que empuja al equipo en los momentos difíciles, también. En ese terreno, no hay muchas máscaras posibles.

Y es ahí donde encontramos lecciones que trascienden el juego. Lecciones que, si las miramos con atención, nos interpelan como líderes empresariales. Porque en el fondo, liderar una organización no es tan distinto a liderar un equipo deportivo. Se trata de alinear talentosconstruir confianzagestionar la presión, y sobre todo, jugar para algo más grande que uno mismo.

Un ejemplo poderoso de este tipo de liderazgo fue el de François Pienaar, capitán de los Springboks en el Mundial de Rugby de 1995. Sudáfrica venía saliendo del régimen del apartheid, con una sociedad profundamente dividida y un equipo de rugby históricamente asociado a la minoría blanca. El país necesitaba algo que los uniera, y ese algo fue el Rugby.

Pienaar lideró a un equipo que no solo enfrentaba a los mejores del mundo, sino que cargaba con el peso simbólico de representar a toda una nación herida. Él mismo confesó que su visión del país cambió para siempre cuando Nelson Mandela fue al vestuario, los alentó, y les hizo saber que ese partido no era solo un partido. Que estaban jugando por algo más profundo: por la reconciliación, por la posibilidad de volver a creer los unos en los otros.

Y Pienaar entendió el mensaje. Su liderazgo transformador supo unir a sus compañeros en torno a un propósito superior. No se trataba ya de ganar por ellos, sino de ganar para todos. En cada scrum, en cada tackle, en cada avance, había una convicción más grande que la gloria deportiva.

Sudáfrica ganó ese Mundial. Pero lo que quedó en la historia no fue solo el marcador. Fue la imagen de Pienaar recibiendo la copa de manos de Mandela, mientras un estadio entero, hasta entonces dividido, coreaba el nombre del presidente negro vestido con la camiseta de los Springboks. Esa escena no hablaba solo de rugby. Hablaba de liderazgo. Del verdadero. Del que une. Del que transforma.

Lo mismo podríamos decir de Sir Alex Ferguson, leyenda del Manchester United, quien transformó durante décadas la historia del club. Su liderazgo trascendió lo futbolístico. Ferguson no solo entrenaba jugadores, moldeaba hombres. Tenía la capacidad de detectar talento, pero también de formar carácter. Sabía cuándo exigir, cuándo proteger, y sobre todo, cuándo dejar que el equipo tome protagonismo. No lideraba con gritos, lideraba con respeto, con visión y con un conocimiento profundo de cada uno de los suyos.

Y si hablamos de liderazgo femenino, pocas figuras lo encarnan con tanta claridad como Jill Ellis, entrenadora de la selección femenina de fútbol de Estados Unidos, bicampeona del mundo. Ellis entendió que su mayor tarea no era solamente ganar partidos, sino construir una cultura de trabajo, disciplina y superación constante. Su liderazgo fue clave para unir a un grupo diverso de jugadoras, muchas de ellas figuras globales, bajo una sola identidad colectiva. Supo gestionar egos, potenciar talentos y sostener el hambre de gloria incluso en la cima del éxito.

En todos casos, hay un denominador común, la construcción de confianza como eje de todo. Y esa confianza no se logra con autoridad impuesta, sino con coherencia diaria. Se genera cuando el líder está presente, cuando escucha, cuando no se borra en las malas. En el deporte, como en la vida, la confianza es un valor que se construye con tiempo, con actos y con presencia. No se exige, se gana. No se compra, se cultiva. En las empresas, esa confianza suele romperse por detalles: una promesa que no se cumple, una reunión cancelada, una decisión incoherente. Pero también puede fortalecerse desde los mismos pequeños gestos: un líder que escucha, que reconoce, que acompaña.

Otro punto central es la relación con el error. En el deporte, perder es parte del camino. No se puede ganar siempre, y cada derrota es una oportunidad de aprendizaje. En cambio, en muchas organizaciones aún se vive con una cultura del castigo, donde el error se oculta por miedo o vergüenza. Así se bloquea la innovación, se empobrece la creatividad y se frena el desarrollo de las personas.

El deporte, como la vida, no perdona incoherencias. Y tampoco las organizaciones. Porque los equipos, ya sean en una cancha o en una sala de reuniones, saben cuándo un líder está presente y cuándo está cuidando su imagen. Saben cuándo se juega en equipo y cuándo cada uno cuida su metro cuadrado.

Tal vez hoy ya no entrenás en una cancha, pero jugás todos los días partidos importantes. Y esos partidos no siempre se ganan con grandes discursos o estrategias complejas. Se ganan con confianza, con humildad, con cultura. Se ganan cuando el líder entiende que no está ahí para destacarse, sino para que su equipo brille.

Entonces, la pregunta que nos deja esta reflexión es simple, ¿Qué tipo de líder querés ser cuando tu equipo te necesite?

Porque los líderes verdaderos no se miden por los logros que acumulan, sino por el impacto que dejan. No por las medallas, sino por las huellas. No por lo que construyen para sí mismos, sino por lo que hacen posible para los demás.

¿Estás listo para Transformarte o Transformar a tu Equipo?

Desde Mind the Gap trabajamos con líderes que buscan cerrar esa brecha entre lo que dicen que valoran y lo que realmente hacen. Esa brecha entre la cultura que declaran y la que construyen. Y muchas veces, el punto de inflexión llega cuando logran cambiar de mirada. Cuando dejan de pensar en controlar y empiezan a liderar. Cuando se animan a revisar el modelo mental con el que vienen operando y a preguntarse: ¿Estoy jugando para mi ego o para mi equipo?

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Porque, al final del día, un equipo transformado es la clave para resultados sostenibles y un liderazgo que trasciende.