
He aprendido, con los años, que los equipos no se rompen por discusiones acaloradas. Lo que verdaderamente desgasta una dinámica de trabajo es el silencio prolongado, ese que se instala cuando la energía ya no circula, cuando las reuniones suenan prolijas pero vacías, y cuando el entusiasmo se reemplaza por la rutina.
Hay algo perversamente cómodo en un equipo que no discute. Porque en la superficie todo parece fluir. Pero debajo de esa aparente armonía, muchas veces lo que hay es una desconexión profunda, personas que dejaron de confiar en que vale la pena decir lo que piensan, colaboradores que sienten que ya no tiene sentido levantar la mano, líderes que interpretan la falta de ruido como un logro, cuando en realidad es una señal de alerta.
La complicidad no se construye en el asentimiento permanente. Se construye en la diferencia. En la posibilidad de decir lo que incomoda. En el permiso para cuestionar lo establecido sin miedo a ser apartado del juego.
Cuando un equipo deja de hacerse preguntas, pierde identidad. Porque un equipo sin preguntas es un grupo que dejó de pensar.
He estado en salas de directorio donde todo se aprobaba en cinco minutos. Donde nadie desafiaba ninguna idea. Donde las decisiones importantes se tomaban sin una sola objeción. Y aunque en otro momento hubiera llamado a eso “eficiencia”, hoy sé que se trata de otra cosa: conformismo.
Un equipo que no debate es un equipo que no crece.
Un equipo que no choca, que no se permite la fricción constructiva, corre el riesgo de volverse predecible, inerte, cómodo. Y lo cómodo, en contextos de cambio, es sinónimo de sorpresas negativas.
Liderar no es evitar el ruido. Es aprender a escuchar lo que no se dice. Detectar cuando alguien empieza a apagarse. Notar cuándo la cámara apagada no es por conexión, sino por desconexión emocional. Advertir cuándo una reunión pierde sentido aunque todos sonrían.
El verdadero trabajo del líder empieza cuando el equipo deja de hablar.
Porque ahí hay algo que se rompió. Y no siempre se repara con más trabajo, más tareas o más reuniones. A veces se repara con una pregunta bien hecha. Con un espacio seguro para decir lo que no se está diciendo. Con una conversación honesta, sin filtros ni protocolos.
Querés saber si tu equipo está sano?
No mires los resultados. No mires los KPIs. Mirá cómo se miran entre ellos. Escuchá si hay preguntas nuevas en cada encuentro. Fijate si alguien se anima a decir: “No estoy de acuerdo.” Eso es mucho más revelador que cualquier reporte.
Porque el día que un equipo deja de hablar, empieza el principio del fin.